jueves, 22 de mayo de 2014













Tipologías XVII: Carrie (2013, Kimberly Peirce) y la simbología de los espacios interiores,
personales e íntimos

Dr. Norbert-Bertrand Barbe

            Se extraña el espectador en el remake (2013, Kimberly Peirce) de la película de Brian de Palma (1976), que provocó el boom de Stephen King (ya que era la primera adaptación de su primera novela, fechada ésta en 1974) y de su historia de amor desde entonces, con los lectores, el cinema y la televisión, y hasta con los periódicos, en los que hizo en los últimos años obras como romans-feuilletons a la manera de los autores del siglo XIX, se extraña decíamos el espectador de una imagen, cuando la heroína vuelve del baile donde la bañan en pintura roja, y donde mata a la gran mayoría, y que, al volver a casa, asustada y fuera de sí, decide, para quitarse la mugre mental y física que tiene encima, bañarse, en vez de ducharse.
            Resultando una imagen en la que está la muchacha en una bañera roja de pintura y a lo mejor también de sangre, cuando la lógica nos induce a pensar que, si quería limpiarse, no iba a ponerse a llenar una bañera (tiempo que implica tener la mente relativamente en calma), ni mucho menos a quedarse en una, para no hacer más que regar a su alrededor la suciedad de la que quería limpiarse.
            Pero la imagen le permite al filme presentarnos una muchacha acurrucada, en una bañera roja, imagen impresionante si no fuera por lo ridículo de la situación, cuando uno se la piensa.
            Ahora bien, no tendría sentido mencionar este desacierto cinematográfico si no pensaramos que ello nos revela algo más.
            La propuesta de interpretación que daríamos del momento es la siguiente: se remite, iconográficamente, a la idea de la asociación entre los elementos acuasos de la menstruación (en la ducha colectiva, al inicio), el asesinato de la heroína en la ducha en Psycho (1960, Hitchcock), donde se ve la sangre llenar el desagüe, y, mental o socialmente, a la idea, contradictoria aquí, pero presente, de lo que se suele llamar el arte del baño.
            Es decir, lo común, hasta en las películas, es presentarnos un héroe - a menudo un policía - que, cansado de todo, decide ducharse para limpiarse con el agua de toda los malos recuerdos y la mala experiencia laboral de su vida y del día particular en el que, como espectador, le seguimos los pasos. Pero aquí, la elección cinematográfica fue otra. Obviamente, la intención era, lo dijimos, presentarnos una imagen de impacto. En la ducha, hubiese sido posible escenificar el cuerpo de la muchacha arrinconado, lo que, a lo mejor, hubiese sido todavía más fuerte, pero se hubiera perdido este color de la sangre-pintura, que, como se burla el mismo King, lo hace merecedor de ser el primer autor en haber llegado a la fama gracias a unos tampones femeninos.
            Por otra parte, es muy probable, que, creemos, inconscientemente, y es lo que más nos interesa aquí, la cineasta haya pensado en el sentimiento encontrado, contradictorio, de lo casero (la muchacha vive en una casa sin amor, con una madre loca, rodeada de símbolos religiosos, a menudo su madre la encierra y castiga, haciendo que ella se haya vuelto para todos los muchachos de su colegio una persona rara, extraña y marginada) y de la enajenación (cambio físico al pasar a la pubertad, marcado por un rechazo total de su entorno, importancia mayor, como en Marnie, 1964, también de Hitchcock, de la simbología del color rojo, como moto, lema y fondo, psicológico).
            Es así que, para relajarse de la tensión, nuestra heroína, en esto también, pero, esta vez, nos atreveríamos a decir que no por desacierto propio, sino de la puesta en escena, se encuentra intentando olvidar lo inolvidable, en un gesto muy por debajo de lo que acaba de ocurrir, y muy por debajo por dos razones o a dos niveles: primero porque el bañarse no es lo más occurente en el momento específico, segundo porque elige - o nos hacen creer que elige - hacerlo tomando el tiempo de llenar una bañera, y decidiendo limpiarse no quitándose de una buena vez todo bajo el agua corrida de la ducha (como pasa por el desagüe la sangre en Psycho, como la lluvia limpia las heridas, en muchas canciones y películas, volviéndose un lugar común, del cinema francés y europeo post-Nouvelle Vague y neo-realismo italiano, a "Lluvia" del 2006 de Eddie Santiago y "Vivir Mi Vida" del 2013 de Mark Anthony), pero metiéndose en una tina de agua que sólo la hace nadar como renacuajo en medio de lo que intenta olvidar.
            Por eso, al parecer, la ideología del arte del baño (en bañera - que implica tiempo [de llenar la bañera, y de bañarse], relajación, bienestar, ambiente casero y acogedor -), a la europea, parece haber prevalecido sobre el sentido del momento, que hubiese impuesto una ducha (relacionado con la rapidez, la entrada y salida, la velocidad, el golpe de agua para contrarrestar los malos momentos del día, la manera más fácil de quitarse todo lo que uno puede haberse ensuciado en el día - por ejemplo, yendo hacia lo absurdo, pero sin ser muy lejos de la presente imagen, nadie que se hubiera llenado de lodo, entraría así no más en una bañera para bañarse con todo y lodo, y remojarse en él, es el mismo principio que antes de entrar en una piscina a la orilla del mar, cuando uno viene de la arena, primero se hecha bajo la ducha para quitarse las particulas y los granos y no ensuciar la piscina y volverla un estanque con tendencia a pantano a corto o mediano plazo -).